Por ANDRÉS TAPIA
Ocurrió en los días postreros de la primavera de 2009.
Con los modos de una guerrilla, feliz e improbablemente, el verano había tomado Londres por asalto y yo había perdido mi vuelo a México. Entonces British Airways sufría una aguda crisis financiera y sus siete vuelos directos a la Ciudad de México se habían reducido a tan sólo tres por semana: martes, jueves y sábado. Era el 2 de junio, martes, y en consecuencia mi regreso a casa se había postergado 48 horas. No lo lamenté.
Llamé por teléfono a Renata, una mujer albanesa que fungía de encargada de la casa de huéspedes en la que me había hospedado los últimos días, y le expliqué mi situación. “Sólo tengo disponible una habitación muy pequeña, Andrés”, me dijo, y no entendí en ese momento el porqué de su advertencia. Lo haría más tarde, esa noche, cuando hube de dormir abrazando mis maletas.